jueves, 31 de diciembre de 2015

El mar, la música y la carretera

Y el año y el cuaderno se acaban aquí, escribiendo en la atemporal orilla del Cantábrico, desde el mismo rincón del mundo en el que han cobrado sentido tantos pensamientos a lo largo de la historia. Donde la inmensidad ha relativizado tantas bifurcaciones del camino haciendo que aparentes problemas no lo sean tanto y dando respuestas a cosas, supuestamente, imposibles. Pase lo que pase las olas siguen batiendo la arena, los restos de conchas y de todo tipo de elementos que hayan acabado en el mar. Cada fragmento milimétrico de esta arena que se queda atrapada en las rendijas de mis playeras o que se guarda sin querer en mis bolsillos tiene una historia que contar. Una historia seguramente más valiosa que la mía. Y, aquí, acompañada por ese ruido de fondo del Atlántico y el murmullo lejano de voces de asiduos paseantes que, aún sin reflexionarlo detenidamente, sienten una unión con este mar más allá de lo que puedan explicar, observando esta mezcla de montañas, arena y agua me doy cuenta una vez más que, sin importar los kilómetros que la mayoría del tiempo me separen de aquí, siempre perteneceré a este lugar. Y, como la música o como el asfalto que dejo atrás al conducir, me hará pensar en un siempre, en un todo, en un infinito. En un Parasiempre que nunca me parecerá mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario