En una sucesión de criaturas, de invenciones y reinvenciones, de aves fénix resurgiendo a veces de las cenizas y otras de la nada, hay momentos en los que la criatura se convierte en una bestia atada de pies y manos, amordazada y enjaulada con barrotes fabricados con los despojos de su felicidad anterior. De un tiempo antes de convertirse en una bestia sin objetivo, sin memoria, sin reflejos en los ojos. Y en ese punto podría devorar al captor o captores y, sin embargo, decide devorar las rejas y su reflejo en los espejos para recuperar su forma anterior y moldearla en un torno con sensaciones desconocidas y, como una mariposa, cambiar de forma en cada nueva crisálida.
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